Los agradables paseos por cualquier rincón de la comarca de Liébana de final del verano se pueden ver endulzados por las negras y maduras moras que tientan desde el borde de los caminos. La zarzamora no lo pone fácil, pero el recolector sabe que el riesgo de recibir algún pinchazo merece la pena.
La rica mora silvestre de los zarzales (Rubus ulmifolius) es el fruto de un arbusto de la familia de las rosáceas. Pertenece al género Rubus y no debe confundirse con las frutas o bayas de especies botánicas completamente diferentes que a veces también reciben el nombre de moras porque pertenecen al género Morus. Estas nacen de un árbol, la morera, no de las espinosas zarzas donde maduran pasando del verde al rojo, hasta alcanzar un negro brillante que dice «¡cómeme!» nuestras moras de hoy.
Sus tallos, llamados turones, crecen plagados de espinas o aguijones listos para clavarse en los dedos o engancharse en la ropa de los golosos. Las zarzas prefieren los márgenes de los senderos, pero también el cobijo de tapiales, los sotos y los ribazos, llegando a formar masas sarmentosas impenetrables, que pueden alcanzar hasta dos metros de altura. Pisar firme y elegir bien
Hay que mirar bien dónde se pisa, para no perder nunca el equilibrio ante un zarzal, y también saber elegir. Un color negro brillante e intenso da la pista de qué moras se encuentran en sazón. Lo mejor es que se encuentren secas (aunque no deshidratadas) y firmes; si estuvieran algo blandas, mejor comerlas sobre la marcha que recolectarlas, porque se estropearían antes.
Los frutos están formados por pequeñas drupas o granos que se arraciman. Cada glóbulo contiene en su interior una diminuta semilla que molesta a algunos durante su consumo. Ya maduros, su sabor es dulce, suave y con matices tenuemente ácidos. Dependiendo de las condiciones climatológicas de la zona, pueden disfrutarse desde finales de agosto y en el mes septiembre. En el frigorífico de casa, se mantienen en óptimas condiciones hasta tres días.
Como en otras frutas del bosque, las antocianinas y carotenoides son abundantes en su composición. Contienen también hierro y vitamina C, que favorece precisamente su absorción, y taninos, aunque desciende la cantidad de estos últimos al madurar el fruto.
Y si en algo se parecen todas las moras, ya sean del género Rubus o Morus, es en su inolvidable forma de manchar la ropa debido a las antocianinas que contienen.
La zarzamora es pariente del frambueso (chordón en tierras aragonesas), el espino blanco, el endrino y el rosal silvestre. Todos ellos rosáceas, una familia que encuadra a numerosas especies desde la humilde fresa silvestre a frutales como almendro, cerezo, ciruelo, manzano, melocotonero o albaricoquero, que desempeñan un importante papel en la cadena trófica, pues numerosos animales, desde pájaros a roedores, incluyen en su dieta sus frutos.
Los seres humanos utilizamos las moras en postres, mermeladas, vinos, licores… o saciamos el apetito con su frescor agridulce sobre la marcha, a pie de camino.